Hegemonía
El concepto de hegemonía es un concepto proveniente del análisis marxista. El término hegemonía deriva del griego eghesthai, que significa conducir, ser guía, jefe; o tal vez del verbo eghemoneno, que significa guiar, preceder, conducir, y del cual deriva estar al frente, comandar, gobernar.
Antonio Gramsci (Italia, 1860-1937) plantea que la hegemonía es la capacidad que tiene cierto grupo social para dirigir política, social, espiritualmente al resto de la sociedad. Capacidad que les permite crear un campo ideológico, cultural que implica la imposición de su visión del mundo; logrando el apoyo de un grupo de fuerzas heterogéneas que, aunque estén en condiciones socio-económicas bien distintas del grupo hegemónico sienten y defienden los intereses de ese grupo como propios.
Así, el grupo hegemónico, legitima y convierte su proyecto de sociedad y sus sistemas de valores en punto de referencia y valores de los demás grupos sociales, que, aunque heterogéneos aceptan, consienten esa influencia político-económico-cultural como propia y es internalizada y convertida en voluntades individuales.
La hegemonía se produce a partir de las experiencias, relaciones, actividades entre los grupos sociales, es decir, está en constante construcción y no debe entenderse como algo dado y estático sino como un proceso.
La difusión de la hegemonía se produce por distintos canales: la escuela, la religión, el servicio militar, los medios de comunicación, las tradiciones, etc. Estas vías son utilizadas para moldear palabras, imágenes, símbolos, organizaciones, instituciones acordes a los intereses del grupo hegemónico. El resto de la
sociedad toma esas ideas y valores como si fueran naturales, si estuvieran vigentes desde siempre y de manera acrítica.
sociedad toma esas ideas y valores como si fueran naturales, si estuvieran vigentes desde siempre y de manera acrítica.
Sin duda, en esa heterogeneidad social, algunos grupos resisten la hegemonía y pujan por imponer un proyecto alternativo.
Gramsci articula dominación y hegemonía. La dominación se expresa en formasmanifiestamente políticas implementadas específicamente desde el aparato estatal. Dichasformas no excluyen la coerción y represión, particularmente en tiempos de crisis
que ponen enpeligro la capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía, alude a un modo de ejercerla dominación desde un “complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales yculturales”. Es precisamente por ello que la hegemonía interactúa directamente con lo cultural,articulando los procesos culturales, particularmente los de la vida cotidiana, con lasdistribuciones (accesos y exclusiones) específicas del poder. Gramsci explicita que ni la dominación-hegemónica ni la hegemonía dominante puedenlograrse exclusivamente a través de la coerción. La producción y la reproducción de lasrelaciones sociales -y políticas-constituyen una intrincada madeja de múltiples (y complejas)formas, donde las ideologías desempeñan un papel decisivo, que se expresa concentradamenteen un determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado sería, en esta relación,según palabras de Gramsci, la personificación de la “hegemonía acorazada de coerción”; uncomponente del poder político que efectiviza en su accionar la relación de poder subordinantede la clase del capital sobre la del trabajo y –a partir de allí-, sobre el conjunto de la sociedad.Pero este accionar no se limita a lo coercitivo-represivo, abarca también lo educativo-normativo, y en esta labor lo ideológico-político ocupa un lugar medular. El concepto hegemonía culturalresulta un importante instrumento analítico porque revoluciona la forma de entender la dominación y la subordinación en lassociedades actuales.Quienes detentan la dominación material ejercen también la dominaciónespiritual, pero lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias,significados y valores impuestos, es decir la ideología dominante, sino el conjunto de procesossociales vivido y organizado por esos valores y creencias específicos
que ponen enpeligro la capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía, alude a un modo de ejercerla dominación desde un “complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales yculturales”. Es precisamente por ello que la hegemonía interactúa directamente con lo cultural,articulando los procesos culturales, particularmente los de la vida cotidiana, con lasdistribuciones (accesos y exclusiones) específicas del poder. Gramsci explicita que ni la dominación-hegemónica ni la hegemonía dominante puedenlograrse exclusivamente a través de la coerción. La producción y la reproducción de lasrelaciones sociales -y políticas-constituyen una intrincada madeja de múltiples (y complejas)formas, donde las ideologías desempeñan un papel decisivo, que se expresa concentradamenteen un determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado sería, en esta relación,según palabras de Gramsci, la personificación de la “hegemonía acorazada de coerción”; uncomponente del poder político que efectiviza en su accionar la relación de poder subordinantede la clase del capital sobre la del trabajo y –a partir de allí-, sobre el conjunto de la sociedad.Pero este accionar no se limita a lo coercitivo-represivo, abarca también lo educativo-normativo, y en esta labor lo ideológico-político ocupa un lugar medular. El concepto hegemonía culturalresulta un importante instrumento analítico porque revoluciona la forma de entender la dominación y la subordinación en lassociedades actuales.Quienes detentan la dominación material ejercen también la dominaciónespiritual, pero lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias,significados y valores impuestos, es decir la ideología dominante, sino el conjunto de procesossociales vivido y organizado por esos valores y creencias específicos
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La hegemonía constituye un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad dela vida, no se limita al ámbito de lo ideológico y sus formas de control y dominio. En sumúltiple dimensión cultural, la hegemonía constituye un "sentido de la realidad", sentido quebusca imponer –culturalmente-como “natural” a través de los modos de producción yreproducción cotidianas de vida, transformándolo en parte del llamado sentido comúnacercadel deber ser de la realidad social de la que se es parte .
El concepto de hegemonía ocupa un lugar central en los debates teóricos y políticos contemporáneos y ha ejercido gran influen-cia en el desarrollo de los estudios culturales en diversas partes del mundo. El punto de partida de las discusiones sobre hegemonía suele ubicarse en el trabajo del teórico ita-liano Antonio Gramsci (1891-1937). En sus Cuadernos de la cárcel y otros trabajos, Gramsci propuso una serie de herramientas conceptuales para entender las formas his-tóricas concretas en que se ejerce la domi-nación por parte de ciertos grupos o clases sobre otros, y los mecanismos políticos y culturales que dan sustento a esas formas. Lo que buscaba Gramsci era analizar la dia-léctica entre coerción y consenso dentro de ese proceso y, al mismo tiempo, superar las interpretaciones economicistas de la
histo-ria y la política al introducir de manera cen-tral el papel de la cultura dentro del análisis de la dominación. Gramsci arriba a una comprensión de la hegemonía como una forma de dominación en la cual la coerción y la violencia no desa-parecen, pero sí coexisten con formas de aceptación del poder y la dominación más o menos voluntarias o consensuales por par-te de los sujetos subalternos. “Para poder ejercer el liderazgo político o hegemonía –escribió Gramsci– uno no debe contar so-lamente con el poder y la fuerza material del gobierno” (citada en Ruccio), sino también con la aceptación más o menos voluntaria de los sujetos dominados, aceptación que aparece crucialmente mediada por las for-mas culturales de interacción entre domina-dos y dominadores. Según el crítico literario británico Raymond Williams, el concepto de hegemonía se refiere no sólo a los “asuntos de poder político directo” sino que “incluye, como uno de sus elementos centrales, una manera particular de ver el mundo y la na-turaleza y relaciones humanas” (Keywords:118). Gramsci sugiere que la hegemonía im-plica que los valores y visión del mundo de las clases dominantes se convierten en una especie de “sentido común” compartido por los grupos dominados, en virtud del cual terminan aceptando –aunque no necesaria-mente justificando– el ejercicio del poder por parte de los grupos dominantes. Dicho sentido común es diseminado y adquirido a través de un proceso complejo en el que la educación, la religión y la cultura juegan un papel crucial.Hay tres elementos que deben destacarse en la formulación gramsciana del concepto de hegemonía. Primero, el carácter dinámi-co del proceso
que conduce a la hegemonía; en otras palabras, la hegemonía no es un “momento” estático en el proceso histórico, sino el resultado de un continuo cotejo de formas complejas y articuladas de domina-ción y resistencia. Segundo, esta formulación subraya la importancia de entender el papel activo de los grupos subalternos dentro del proceso histórico: sin una adecuada com-prensión de esta función, el análisis de las formas en que se ejerce el poder resulta cla-ramente insuficiente. Tercero, la noción gramsciana de hegemonía nos permite pen-sar en la articulación entre formas económi-cas, jurídicas y políticas de poder, por un lado, y las dinámicas de intercambio y con-flicto cultural e ideológico, por otro.El interés de Gramsci por la noción de hegemonía no era solamente metodológico, es decir, no estaba únicamente interesado en esclarecer los procesos de dominación en la historia y en el mundo contemporáneo, por el contrario, su mayor interés radicaba en la posibilidad de construir un proyecto hege-mónico alternativo: aquél que, en su visión, llevaría al poder a los grupos subalternos –un término que él también acuñó como sustituto de “clase obrera”–. Por lo tanto, su formulación de la hegemonía como un pro-ceso que incluía de manera central a la cul-tura significaba que él identificaba en esta dimensión cultural un eje crucial en la cons-titución de una alternativa revolucionaria. Así, la propuesta de Gramsci contribuía a superar el economicismo dominante tanto en los análisis históricos y políticos como en las propuestas de organización política de los grupos subalternos. En ambos sentidos, Gramsci habría de convertirse en un hito fundamental en el desarrollo de formas me-nos rígidas y dogmáticas de acercarse a la teoría social y a la práctica política.En los años setenta, un grupo de historia-dores marxistas interesados en superar las versiones economicistas y reduccionistas del marxismo redescubrieron a Gramsci y utilizaron creativamente la noción de hege-monía. Autores como Eugene Genovese y EdwardP. Thompson, por ejemplo, apela-ron a la noción gramsciana de hegemonía para destacar el papel del sistema legal en la construcción de un sistema de dominación de clase que, al menos parcialmente, conta-ba con la aquiescencia de los grupos subal-ternos –los esclavos del sur norteamericano, en el primer caso, y los sectores plebeyos en la Inglaterra del siglo XVIII, en el segundo–. Pero es importante subrayar que para estos historiadores la hegemonía no implicaba –como algunos autores habían sugerido– la ausencia de conflicto, sino la existencia de unos parámetros sociales que permitían pro-cesar el conflicto en formas que no pusieran en riesgo la continuidad del status quo. Para Genovese, por ejemplo, la hegemonía con-lleva implícito el antagonismo de clase, pero también “la habilidad” de las clases domi-nantes para “contener aquellos antagonis-mos en un terreno en el cual su legitimidad no era peligrosamente cuestionada” (26). En su análisis de la esclavitud estadunidense Genovese encontró que el sistema legal “ac-túa hegemónicamente para convencer a la gente que sus conciencias privadas pueden estar subordinadas –de hecho, moralmente, deben estar subordinadas– a la decisión co-lectiva de la sociedad” (27). Al mismo tiem-po, sin embargo, la aceptación por parte de los esclavos de esta hegemonía no fue ente-ramente pasiva ni anulaba el antagonismo de clase o la agencia de los propios esclavos, quienes convirtieron al sistema legal –y a la ideología paternalista que regía en gran par-te las relaciones entre amos y esclavos– en fuentes de nociones legitimantes que estos últimos usaron para proteger sus propios derechos (Thompson).Los planteamientos de Gramsci resulta-ron particularmente útiles en ese doble es-fuerzo en que se hallaban empeñados estos historiadores marxistas: por un lado, busca-ban repensar el marxismo más ortodoxo, aquel que veía en la dominación un mero ejercicio del poder de arriba hacia abajo; y por otro, intentaban superar los esquemas reduccionistas de “base” y “superestructura” según los cuales la cultura era una mera de-rivación de las estructuras políticas y pro-ductivas. El trabajo de Raymond Williams, desde la perspectiva de los estudios litera-rios y culturales, resultaba aquí muy cerca-no a estos esfuerzos.En un terreno más polémico, el teórico y politólogo James C. Scott cuestionó la defi-nición gramsciana de hegemonía. Scott asu-me que la hegemonía en el sentido grams-ciano implica la ausencia de conflicto, es decir, la aceptación pasiva y voluntaria por parte de los grupos subalternos de las es-tructuras de dominación que los mantienen oprimidos. Hegemonía, dice Scott, “simple-mente es el
que conduce a la hegemonía; en otras palabras, la hegemonía no es un “momento” estático en el proceso histórico, sino el resultado de un continuo cotejo de formas complejas y articuladas de domina-ción y resistencia. Segundo, esta formulación subraya la importancia de entender el papel activo de los grupos subalternos dentro del proceso histórico: sin una adecuada com-prensión de esta función, el análisis de las formas en que se ejerce el poder resulta cla-ramente insuficiente. Tercero, la noción gramsciana de hegemonía nos permite pen-sar en la articulación entre formas económi-cas, jurídicas y políticas de poder, por un lado, y las dinámicas de intercambio y con-flicto cultural e ideológico, por otro.El interés de Gramsci por la noción de hegemonía no era solamente metodológico, es decir, no estaba únicamente interesado en esclarecer los procesos de dominación en la historia y en el mundo contemporáneo, por el contrario, su mayor interés radicaba en la posibilidad de construir un proyecto hege-mónico alternativo: aquél que, en su visión, llevaría al poder a los grupos subalternos –un término que él también acuñó como sustituto de “clase obrera”–. Por lo tanto, su formulación de la hegemonía como un pro-ceso que incluía de manera central a la cul-tura significaba que él identificaba en esta dimensión cultural un eje crucial en la cons-titución de una alternativa revolucionaria. Así, la propuesta de Gramsci contribuía a superar el economicismo dominante tanto en los análisis históricos y políticos como en las propuestas de organización política de los grupos subalternos. En ambos sentidos, Gramsci habría de convertirse en un hito fundamental en el desarrollo de formas me-nos rígidas y dogmáticas de acercarse a la teoría social y a la práctica política.En los años setenta, un grupo de historia-dores marxistas interesados en superar las versiones economicistas y reduccionistas del marxismo redescubrieron a Gramsci y utilizaron creativamente la noción de hege-monía. Autores como Eugene Genovese y EdwardP. Thompson, por ejemplo, apela-ron a la noción gramsciana de hegemonía para destacar el papel del sistema legal en la construcción de un sistema de dominación de clase que, al menos parcialmente, conta-ba con la aquiescencia de los grupos subal-ternos –los esclavos del sur norteamericano, en el primer caso, y los sectores plebeyos en la Inglaterra del siglo XVIII, en el segundo–. Pero es importante subrayar que para estos historiadores la hegemonía no implicaba –como algunos autores habían sugerido– la ausencia de conflicto, sino la existencia de unos parámetros sociales que permitían pro-cesar el conflicto en formas que no pusieran en riesgo la continuidad del status quo. Para Genovese, por ejemplo, la hegemonía con-lleva implícito el antagonismo de clase, pero también “la habilidad” de las clases domi-nantes para “contener aquellos antagonis-mos en un terreno en el cual su legitimidad no era peligrosamente cuestionada” (26). En su análisis de la esclavitud estadunidense Genovese encontró que el sistema legal “ac-túa hegemónicamente para convencer a la gente que sus conciencias privadas pueden estar subordinadas –de hecho, moralmente, deben estar subordinadas– a la decisión co-lectiva de la sociedad” (27). Al mismo tiem-po, sin embargo, la aceptación por parte de los esclavos de esta hegemonía no fue ente-ramente pasiva ni anulaba el antagonismo de clase o la agencia de los propios esclavos, quienes convirtieron al sistema legal –y a la ideología paternalista que regía en gran par-te las relaciones entre amos y esclavos– en fuentes de nociones legitimantes que estos últimos usaron para proteger sus propios derechos (Thompson).Los planteamientos de Gramsci resulta-ron particularmente útiles en ese doble es-fuerzo en que se hallaban empeñados estos historiadores marxistas: por un lado, busca-ban repensar el marxismo más ortodoxo, aquel que veía en la dominación un mero ejercicio del poder de arriba hacia abajo; y por otro, intentaban superar los esquemas reduccionistas de “base” y “superestructura” según los cuales la cultura era una mera de-rivación de las estructuras políticas y pro-ductivas. El trabajo de Raymond Williams, desde la perspectiva de los estudios litera-rios y culturales, resultaba aquí muy cerca-no a estos esfuerzos.En un terreno más polémico, el teórico y politólogo James C. Scott cuestionó la defi-nición gramsciana de hegemonía. Scott asu-me que la hegemonía en el sentido grams-ciano implica la ausencia de conflicto, es decir, la aceptación pasiva y voluntaria por parte de los grupos subalternos de las es-tructuras de dominación que los mantienen oprimidos. Hegemonía, dice Scott, “simple-mente es el
nombre que Gramsci le da a este proceso de dominación ideológica. La idea central detrás de esta idea es que la clase dominante controla no solamente los me-dios de producción física sino también los medios de producción simbólica” (Weapons of the Weak: 315). Gramsci, insiste Scott, se limitó a explicar “las bases institucionales de la falsa conciencia” (315). Una vez for-mulada esta noción de hegemonía, Scott procede a demolerla en tanto, primero, ella subestima la capacidad de los subalternos para desmitificar la ideología dominante y, segundo, supone que la aceptación pragmá-tica por parte de los subalternos de lo que es “inevitable”, social y políticamente ha-blando, debe ser interpretada como que para ellos es “justo”. El trabajo de Scott se centra en la crítica a la idea –común entre ciertos teóricos marxistas– de que la ausencia de manifestaciones de resistencia abier-ta y violenta (revolucionaria) por parte de los subalternos debería ser interpretada como aceptación de la dominación y sus pa-rámetros ideológicos. Scott procede enton-ces a identificar las formas triviales y coti-dianas de resistencia que revelarían lo que él llamó “discursos
ocultos”. En su interpre-tación, los subalternos aparecen constante-mente desafiando, cuestionando y subvir-tiendo el poder de los grupos dominantes, de modo que la supuesta hegemonía queda disuelta en esta proliferación de pequeños desafíos que demostrarían la falta de “con-formidad” de los subalternos, por lo tanto, la ausencia de hegemonía.Si algo unificaba los trabajos de Thomp-son, Genovese, Willliams y Scott era el es-fuerzo por iluminar la experiencia de los sec-tores oprimidos en la historia. Un objetivo similar se puede encontrar en el trabajo co-lectivo del grupo conocido como “Estudios subalternos” de la India y, en especial, de su principal mentor, el historiador Ranajit Guha (el grupo tomó su nombre de la revista que editaban Guha y sus colaboradores, ti-tulada Subaltern Studies). El grupo tomó su inspiración de la noción de “clases” o “gru-pos” subalternos desarrollada precisamente por Gramsci. Aunque emparentados con la perspectiva de la llamada “historia desde abajo”, los integrantes del grupo adoptaron una postura política y epistemológica en muchos sentidos mucho más radical. Ellos criticaron frontalmente las versiones “eli-tistas” de la historia –tanto en su versión colonial como en sus versiones nacionalista y marxista– que habían invisibilizado a los subalternos. Influidos además por las co-rrientes posestructuralistas, Guha y sus co-laboradores prestaron atención preferencial al análisis cultural y discursivo. Finalmente, cuestionaron al Estado-nación como la uni-dad analítica privilegiada al tiempo que co-locaron la cuestión colonial en el centro de su preocupación.En varios ensayos –algunos de ellos reunidos en el libro Dominance Without Hegemony [Dominación sin hegemonía]– Guha postuló una forma de entender la he-gemonía como “una condición de domina-ción en la cual el momento de persuasión se sobrepone al de coerción” (103), pero su análisis lo llevó
a la conclusión de que la do-minación colonial en la India constituyó un caso de “dominación sin hegemonía” y acu-só a la historiografía tanto colonial como nacionalista de inventar lo que él llama una “hegemonía espúrea”, aquella que sugiere la colaboración voluntaria de la población in-dia con el proyecto de dominación colonial y la virtual ausencia de resistencia (72). En los años subsiguientes, el proyecto de los estudios subalternos habría de ejercer una enorme influencia en otras latitudes, inclu-yendo los estudios latinoamericanos, como veremos más adelante. Su novedosa pro-puesta metodológica iba aparejada con una postura política bastante explícita, aunque no por ello menos polémica. Se trataba de adoptar al subalterno no sólo como objeto de análisis, sino también como sujeto de re-flexión teórica y política (Chaturvedi). En sendos trabajos, dos académicos la-tinoamericanistas, el antropólogo Willliam Roseberry y la historiadora Florencia Mallon, ofrecieron importantes aportes en la discu-sión sobre la noción de hegemonía como herramienta para analizar históricamente el ejercicio de la dominación. En su comenta-rio a una valiosa colección de ensayos sobre la Revolución mexicana y la “negociación de la dominación” en México, Roseberry adver-tía que el concepto de hegemonía debe ser visto menos como una herramienta para entender el consenso que como un instru-mento analítico para comprender las luchas y conflictos por el poder. Hegemonía, insiste Roseberry, no es “una formación ideológica acabada y monolítica, sino un proceso de dominación y lucha problemático y contes-tado” (“Hegemony”: 358). Según Roseberry, esta manera de entender la hegemonía nos lleva a buscar descifrar “las maneras en que las palabras, imágenes, símbolos, formas, organizaciones, instituciones y movimien-tos usados por las poblaciones subordinadas para describir, entender, confrontar, acomo-darse a, o resistir la dominación, son forja-das por el proceso mismo de dominación” (361). Por lo tanto, el proceso de hegemonía no culmina en una situación de completa aceptación de la ideología dominante o las condiciones de dominación por parte de los subalternos, sino en la construcción de cier-tos parámetros comunes bajo los cuales se otorga sentido a la dominación y se actúa frente a ella.
Desde el lado de la historia, Florencia Mallon propuso entender la noción de hege-monía en su doble condición de proceso y de punto de llegada. En otras palabras, sugería conceptualizar la hegemonía como “proceso hegemónico” a través del cual el poder y el significado son contestados, legitimados y redefinidos, pero también como la culmina-ción (siempre provisional y contenciosa) de dicho proceso en la formación de un nue-vo balance hegemónico en el que surge un nuevo “proyecto social y moral que incluye nociones de cultura política tanto populares como de las elites” (6). Por otro lado, Mallon utiliza también el concepto de hegemonía para analizar los procesos contenciosos de lucha por el poder, no sólo a nivel del Estado-nación, sino también al interior de las comunidades indígenas o campesinas. Su libro, Campesinado y nación, constituye precisamente un esfuerzo por conectar di-chos procesos de lo que ella llamó “hegemo-nía comunal” con los procesos hegemónicos que ocurren en el ámbito del Estado-nación en Perú y México.Pero la noción gramsciana de hegemo-nía, como dijimos anteriormente, no sólo ha sido empleada en el análisis históri-co de la dominación, sino que constituye también una herramienta muy importan-te en los debates en torno a los diversos proyectos políticos que aspiran a forjar una nueva “hegemonía” revolucionaria o de cambio radical. En este esfuerzo, el li-bro de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy. Towards a Radical Democratic Politics, marcó un hito muy importante. En este breve y denso li-bro los autores se propusieron repensar la cuestión de la praxis política con vistas a forjar un proyecto hegemónico alternativo, radical y socialista, pero también democrá-tico y popular. Cuestionaron el teleologismo y economicismo del marxismo ortodoxo, así como el espontaneismo de ciertas variantes románticas de la izquierda, y propusieron como alternativa una forma de “democracia radical” como nuevo proyecto hegemónico. Admitiendo que “toda posición hegemónica está basada en un equilibrio inestable”, hi-cieron un llamado a rechazar los “esencia-lismos” y avizoraron un proceso de luchas políticas en el mundo contemporáneo en el que se produce “el descentramiento y auto-nomía de los diferentes discursos y luchas, la multiplicación de los antagonismos, y la construcción de una pluralidad de espacios al interior de los cuales aquéllos pueden afir-marse y desarrollarse” (192). La hegemonía, concluyen Laclau y Mouffe, es el nombre que le damos a un “juego” que ocurre en el terreno de la política y cuyas reglas y ac-tores no están nunca predeterminados. La conclusión es que se trata de un proceso abierto en el que las fuerzas del cambio de-ben esforzarse por construir –y controlar– la dinámica de ese juego.Un elemento central de todas estas apro-piaciones y usos del concepto de hegemonía es la atención que se da a los procesos cultu-rales que acompañan o dan sustento al ejer-cicio de la dominación y la resistencia. La noción gramsciana de hegemonía entiende la cultura como un espacio de intervención y conflicto que resulta central en las for-mas en que se ejerce y se contesta el poder. Implica, además, una manera de analizar la totalidad social en la cual los procesos de formación del estado, la constitución de cla-ses, el desarrollo de las culturas populares y la construcción de hegemonía, son procesos simultáneos, confluyentes y mutuamente contenciosos, sujetos a múltiples tensiones, en los que las dimensiones estrictamente “culturales” no pueden ser disociadas de las estructuras políticas y de poder que las engloban. No resulta sorprendente, por lo tanto, que en el desarrollo de los estudios culturales en América Latina el concepto de hegemonía haya ocupado un lugar central en la reflexión teórica de sus practicantes. En cierta manera, el campo de los estudios culturales se ha ido definiendo en relación con la necesidad de articular tanto teórica como políticamente las nociones (ambas de matriz gramsciana) de hegemonía y subal-ternidad.Uno de los textos fundacionales de los es-tudios culturales latinoamericanos fue el li-bro Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, de Néstor García Canclini, publicado en 1989. Este libro es, entre otras cosas, como ha señalado Renato Rosaldo, un intento de poner a Gramsci en el centro de los estudios sobre las formaciones sociales latinoamericanas (“Foreward”: xiii). La influencia de Gramsci en las ciencias so-ciales latinoamericanas, es preciso señalar,se remonta a algunos años atrás y puede ras-trearse con cierto detenimiento en el trabajo de los llamados “gramscianos argentinos” como HéctorPablo Agosti, José Aricó, Juan Carlos Portantiero y otros (Burgos). Lo que García Canclini se propuso fue analizar las formas en que la cultura dominante (identi-ficada por él con las prácticas consideradas “cultas” y “modernas”) y la cultura popular (generalmente identificada con lo “tradicio-nal”) se intersectan, y la medida en la cual tanto la represión como la apropiación de la segunda por parte de la primera se convier-ten en elementos centrales en el proceso de dominación hegemónica. De ese modo, una preocupación central de su trabajo es enten-der “qué utilidad presta la cultura a la he-gemonía” (Culturas híbridas: 133), es decir, cómo podemos realmente saber si la cultura juego un papel crucial o no en el ejercicio de la dominación. Conocemos, dice, las “in-tenciones” de las políticas modernizadoras, pero no tanto la “recepción” de las mismas, lo cual lo lleva a colocar en el centro de su atención el análisis del consumo popular de productos culturales. García Canclini sugie-re que ni las perspectivas “reproductivistas” –que consideran la cultura popular como un “eco” de la cultura dominante– ni las perspectivas “idealistas” –que ven la cultura popular como una manifestación de la ca-pacidad creadora autónoma de los grupos subalternos– logran captar la complejidad de estos procesos. Una correcta apropia-ción de Gramsci, sugiere García Canclini, debería abogar por una “relativización” del proceso, al reconocer a las clases populares “cierta iniciativa y poder de resistencia, pero siempre dentro de la interacción contradic-toria con los grupos hegemónicos” (233).El trabajo de García Canclini sugiere una mirada “oblicua” al problema de la relación entre cultura y dominación. “Los cruces entre lo culto y lo popular –nos dice– vuel-ven obsoleta la representación polar entre ambas modalidades de desarrollo simbóli-co, y relativizan, por lo tanto, la oposición política entre hegemónicos y subalternos, concebida como si se tratara de conjuntos totalmente distintos y siempre enfrentados” (323). Para entender este proceso en toda su complejidad debemos prestar atención a “la diseminación de los centros, la multipolari-dad de las iniciativas sociales, la pluralidad de las referencias –tomadas de diversos te-rritorios– con que arman sus obras los ar-tistas, los artesanos y los medios masivos” (323-24). Para intentar dar respuesta a este desafío, García Canclini propone la noción de “culturas híbridas”, un concepto que nos permitiría superar las estériles dicotomías entre “hegemónico” y “subalterno”. Se tra-ta, con esto, de analizar las “actividades so-lidarias o cómplices” entre ambos grupos, revelando así la medida en la que ellos “se necesitan” (324). El concepto de hibridación –discutido en otra entrada de este diccio-nario– se convierte en la propuesta teórica que García Canclini ofrece para entender las complejas relaciones entre hegemonía y resistencia, una propuesta que tuvo una no-table influencia en el desarrollo de los estu-dios culturales latinoamericanos en los años noventa (Sarto, introducción a la sección II, “Foundations” de Sarto, Ríos y Trigo: 181).La fundación del “Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos” en 1992, y de manera más general la influencia de los es-tudios subalternos de la India sobre los estu-dios culturales latinoamericanos, abrieron nuevas perspectivas en la reflexión sobre los conceptos relacionados de hegemonía y subalternidad (véase la entrada sobre sub-alternismo en este diccionario). Aunque no es posible encontrar una posición homogé-nea al interior de quienes formaron parte de aquel grupo (disuelto en el año 2000) o entre quienes se han sentido cercanos al trabajo de Guha y sus colaboradores, sí podemos re-saltar como elemento común el esfuerzo por repensar y desmontar las lógicas culturales que acompañan y sostienen las diversas for-mas de dominación hegemónica, así como el interés por contribuir a formar proyectos contrahegemónicos de cambio social. En cuanto a lo primero, como sostiene Ileana Rodríguez, los estudios subalternos enfatiza-ron la “imposibilidad” de separar lo político de lo cultural (“Reading”: 6). En lo segundo, los “estudios subalternos” en América Latina representaron un esfuerzo por contribuir a la construcción (teórica y política) de un nuevo proyecto hegemónico sustentado en una revaloración del sujeto subalterno. El manifiesto fundador del Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos lo planteaba claramente: su proyecto era tanto académi-co como político y apuntaba a trabajar por HEGEMONÍA
129un “orden mundial democrático” susten-tado en las “nuevas relaciones entre noso-tros y aquellos contemporáneos a quienes convertimos en objetos de estudio” (Latin American Subaltern Studies Group: 142, 146). Estas relaciones no han sido fáciles de imaginar en términos teóricos ni de imple-mentar en términos prácticos. La irrupción de los estudios subalternos en el escenario latinoamericanista representó una inyección de energía teórica y política pero también trajo consigo desafíos y desencuentros. Por un lado ofreció una posible salida al impas-se producido por la crisis de la izquierda marxista y socialista, aunque pronto reveló las complejidades y paradojas del intento de construir un proyecto alternativo que co-nectara a los académicos subalternistas en Estados Unidos con los sujetos subalternos latinoamericanos. Por otro lado, adoptó una perspectiva teórica que algunos –entre ellos el propio García Canclini– habrían de ver como dicotómica y reduccionista. Los estudios culturales, ha sugerido John Beverley, permitirían precisamente superar la supuesta bipolaridad rígida entre hege-monía y subalternidad por vía de una mayor atención a la compleja dinámica cultural de la sociedad civil (The “Im/Possibility”: 53). Pero al mismo tiempo, otros autores como Hernán Vidal han cuestionado la es-casa preocupación política de muchos de los practicantes de los estudios cultura-les (“Restaurar lo político”). Este aparente desencuentro entre una mayor atención a la cultura y un cierto desinterés por las di-mensiones políticas nos deja, por lo tanto, con un desafío: cómo conectar las prácticas académicas de los estudios culturales con los debates en torno a la forja de nuevos pro-yectos de cambio social para las sociedades latinoamericanas. John Beverley se muestra optimista: “los estudios culturales preparan/anticipan/legitiman la necesidad/posibilidad de una revolución cultural” (“Postscriptum”: 588). Creemos que hay razones para com-partir, cautelosamente, ese optimismo. Al lado de preocupaciones bastante bien es-tablecidas sobre temas como derechos hu-manos, memorias colectivas, las relaciones entre cultura y cambio social, las políticas de la identidad, y muchos otros, se ha gene-rado recientemente un notable interés por el estudio de lo que se ha llamado “nuevos saberes” y “nuevas epistemologías” (Mato, Estudios y otros prácticas: recientemente, la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) inició un ambicioso proyecto transna-cional sobre este tema, que abre un enorme espacio de posibilidades para repensar la política y la cultura). Por otro lado, el va-lioso trabajo colectivo que coordina Doris Sommer sobre “agentes culturales” recoge también las preocupaciones sobre cómo conectar las formas de producción cultural con proyectos de transformación no nece-sariamente “revolucionarios” en el sentido clásico del término, pero sí comprometidos con los esfuerzos de democratización de las sociedades latinoamericanas (Cultural Agency). La confluencia de lo político y lo cultural que se aprecia en estos y otros es-fuerzos es, quizá, el mayor aporte colectivo de los estudios culturales en el desafío de construir un nuevo proyecto (hegemónico) democrático, plural e inclusivo
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OBRASDECONSULTA.Burgos, Raúl, Los grams-cianos argentinos: cultura y política en la ex-periencia de pasado y presente, Buenos Aires, Siglo XXIEditores, 2004; Dube, Saurabh (co-ord.), Pasados poscoloniales: colección de en-sayos sobre la nueva historia y etnografía de la India, México, El Colegio de México, 1999; Genovese, Eugene, Roll, Jordan, Roll: The World the Slaves Made, Nueva York, Vintage, 1976; Guha, Ranajit, Dominance without Hegemony: History and Power in Colonial India, Cambridge, Harvard University Press, 1997; Guha, Ranajit, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Barcelona, Crítica, 2002; Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics, London, Verso, 1984 [Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1987]; Latin American Subaltern Studies Group, “Founding Statement”, en John Beverley et al., (eds.), The Postmodernism Debate in Latin America, Durham, Duke University Press, 1995; Mallon, Florencia, Campesinado y nación. La construc-ción de México y Perú poscoloniales, México, CIESAS, 2004 [Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley, University of California Press, 1995]; Rivera Cusicanqui, Silvia y Rossana Barragán (eds.), Debates post coloniales: una introducción HEGEMONÍA 130a los estudios de la subalternidad, La Paz, Editorial Historias, 1997; Roseberry, William, “Hegemony and the Language of Contention”, en Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent, eds., Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, Durham, Duke University Press, 1994, pp. 355-366; Ruccio, David F., “Unfinished Business: Gramsci’s Prison Notebooks”, Rethinking Marxism, 18, 1, 2006, pp. 1-7; Scott, James C., Los dominados y el arte de la resistencia, México, Era, 2000; Scott, James C., Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance, New Haven, Yale, 1985; Thompson, E. P., Whigs and Hunters: The Origin of the Black Act, Nueva York, Pantheon, 1975; Williams, Raymond “Base and Superstructure in Marxist Cultural Theory”, New Left Review, 82, 1973, pp. 3-16. CARLOSAGUIRRE Diccionario de estudios culturales latinoamericanos / coordinación de Mónica Szurmuk y Robert McKee Irwin ; colaboradores, Silvana Rabinovich ... [et al.]. — México : Siglo XXIEditores : Instituto Mora, 2009.332 p. — (Lingüística y teoría literaria)
OBRASDECONSULTA.Burgos, Raúl, Los grams-cianos argentinos: cultura y política en la ex-periencia de pasado y presente, Buenos Aires, Siglo XXIEditores, 2004; Dube, Saurabh (co-ord.), Pasados poscoloniales: colección de en-sayos sobre la nueva historia y etnografía de la India, México, El Colegio de México, 1999; Genovese, Eugene, Roll, Jordan, Roll: The World the Slaves Made, Nueva York, Vintage, 1976; Guha, Ranajit, Dominance without Hegemony: History and Power in Colonial India, Cambridge, Harvard University Press, 1997; Guha, Ranajit, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Barcelona, Crítica, 2002; Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics, London, Verso, 1984 [Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1987]; Latin American Subaltern Studies Group, “Founding Statement”, en John Beverley et al., (eds.), The Postmodernism Debate in Latin America, Durham, Duke University Press, 1995; Mallon, Florencia, Campesinado y nación. La construc-ción de México y Perú poscoloniales, México, CIESAS, 2004 [Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley, University of California Press, 1995]; Rivera Cusicanqui, Silvia y Rossana Barragán (eds.), Debates post coloniales: una introducción HEGEMONÍA 130a los estudios de la subalternidad, La Paz, Editorial Historias, 1997; Roseberry, William, “Hegemony and the Language of Contention”, en Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent, eds., Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, Durham, Duke University Press, 1994, pp. 355-366; Ruccio, David F., “Unfinished Business: Gramsci’s Prison Notebooks”, Rethinking Marxism, 18, 1, 2006, pp. 1-7; Scott, James C., Los dominados y el arte de la resistencia, México, Era, 2000; Scott, James C., Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance, New Haven, Yale, 1985; Thompson, E. P., Whigs and Hunters: The Origin of the Black Act, Nueva York, Pantheon, 1975; Williams, Raymond “Base and Superstructure in Marxist Cultural Theory”, New Left Review, 82, 1973, pp. 3-16. CARLOSAGUIRRE Diccionario de estudios culturales latinoamericanos / coordinación de Mónica Szurmuk y Robert McKee Irwin ; colaboradores, Silvana Rabinovich ... [et al.]. — México : Siglo XXIEditores : Instituto Mora, 2009.332 p. — (Lingüística y teoría literaria)
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